lunes, 5 de enero de 2015

La fábula de las dos plumas de plata

   Escribo estas palabras con una pluma de plata o, mejor dicho, que parece de plata. Mi marido me la regaló este año, el día de mi cumpleaños. Lo cierto es que lo más probable es que se trate de acero, pero no por eso deja de ser hermosa; bonita y funcional, de una marca con varios siglos de antigüedad.
   Normalmente, escribo con ordenador; sin embargo, he pasado una temporada en un marasmo de notas he ideas desechables. Al principio, tomé la pluma para ver si me era de alguna ayuda escribir a mano. Aunque se suponía que la pluma no era más que un símbolo elegante de mi oficio, debo admitir que disfruté con el acto físico de escribir otra vez, y que el resultado me satisfizo. Al utilizar la pluma, tenía la sensación de obtener provecho de una fuente de energía y de verdad que me había resultado inaccesible hasta aquel momento. Durante varios días, escribí como una loca y me encontré con que había terminado un relato en un tiempo récord.
   Presenté la obra a un concurso literario. No tardó en sonar el teléfono y una voz agradable me informó de que había ganado un premio. Asistí a la ceremonia en la que, además de una considerable cantidad de dinero, me concedieron una pluma de plata o, mejor dicho, que parece de plata. Era idéntica a la que me había regalado mi marido. Cuando llegué a casa, se la enseñé y nos reímos los dos. Nada la distinguía de la que él me había comprado.
Excepto el hecho de que la segunda pluma escribía mentiras.
   Tardé algún tiempo en descubrirlo. Como es natural, daba por hecho que no importaba cuál de las dos usara. Sin embargo, poco a poco me di cuenta de que la pluma del premio escribía con fluidez y producía siempre algo aceptable y elegante, pero falso. En cambio, la pluma de mi marido o bien escribía febril y sinceramente o no ponía una palabra sobre el papel. En cuanto lo descubrí, puse buen cuidado en separarlas; conservé conmigo la pluma regalada y guardé la del premio en su estuche, en un cajón del escritorio.
   Cuando la pluma regalada empezaba a escribir de modo incoherente, como sucedía cada vez con mayor frecuencia, sentía la tentación de confiar en la convincente pluma del premio. Daba vueltas alrededor de la mesa donde había dejado la pluma, como quien ha abandonado el tabaco pero sabe que todavía queda un paquetes de cigarrillos en el cajón. Tras un esfuerzo inmenso, al final decidí utilizar únicamente la pluma que me había regalado mi marido. A pesar de que escribía a trompicones, de la tendencia a garrapatear y de las frecuentes interrupciones, sabía que en su interior albergaba la esencia de la literatura. Aunque se tratara de ficción , escribía la verdad. Desde entonces la utilizo siempre.
¿Con qué pluma he escrito esta fábula?.



Pauline Melville.
"La migración de los espíritus"

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